IDAS Y VENIDAS
El aterrizaje fue según lo previsto. Todas las tuercas permanecieron en su sitio y ninguno de nosotros fue desintegrado por la fuerza del impacto. Un color blanquecino envolvía con una fina y blanca nebulosa el horizonte. La retina, poco a poco, comenzó a calibrarse. Pasados unos instantes, el cambio se precipitaba y me adaptaba a la nueva luz, inquietante por su condición de desconocida y bella por esa misma razón.
Las idas y venidas, los aterrizajes, los aeropuertos y estaciones, los nuevos olores y sensaciones, al igual que las nuevas imágenes y personas, estimulan mi cuerpo y lo llenan de placer. En cierto modo pienso que es una manera de sentir que estoy viva. ¿Podría ser una adicta a esta sensación? ¿Sería en ese caso, una adicta a lo nuevo?
Después del aterrizaje, ya en suelo firme, los ojos se abren y el corazón absorbe multitud de sensaciones. Es como aprender a jugar a un nuevo juego, en el que si empiezas ganando, eres afortunado por disfrutar de la suerte del principiante y cuando comienzas perdiendo, tienes que remontar hasta que ganas la partida. Una vez que esquivas los obstáculos es muy gratificante la sensación de superación y sientes que estás tan lleno de vida, que serías capaz de todo.
No he pisado demasiados suelos en este mundo, querría pisarlos todos, pero me he dado cuenta que la tierra y sus olores hacen a las personas. Hay lugares en los que los individuos se mimetizan con el entorno y se convierten en personalidades libres en movimiento.
Sentí en azul y disfruté de lo bello de muchas personas. Los cambios me han enseñado a lidiar con la tristeza de la despedida y a convertirlo en algo bonito. La distancia abre las puertas al recuerdo y el recuerdo de personas te hace feliz en muchos momentos de tu vida. Las despedidas siempre son tristes pero nunca han vuelto a ser dramáticas.
Desde que era niña, he imaginado que un genio maravilloso llamaba a mi puerta dispuesto a concederme un deseo. Supongo que cualquier persona sueña con una oportunidad como ésta. Soñando somos libres, y todos querríamos ser libres para hacer aquello que ansiamos en esta vida. Escogería emocionadísima tener el poder sobrenatural de teletransportarme allí donde quisiera y cuando quisiera. Ser un cuerpo espacial–volador para llenar de pequeñas vidas mi vida. Y es que tal y como veo los cambios, son pequeñas vidas en las que siempre hay un comienzo, el aterrizaje, y un final, la despedida. Disfrutando de lo bueno y de lo malo, condensando en unos meses la niñez, la adolescencia y la madurez.
Si escribo un mensaje en una botella y lo tiro a la mar, aquí en Lanzarote, puede que se haga realidad este sueño. Escogería el deseo de poder teletransportarme para tener la certeza que siempre podría regresar a esta isla.
Lanzarote, tierra blanca y romántica, envolviste mi corazón con una seda suave y cálida. Gracias. Aterricé gris y me despedí blanca.