¿Recuerdas que olvidaste las tenazas? ¿La cuchara sopera? ¿El cuchillo recién afilado de la carne?
El otro día me apareció una atrapada entre las redes de pesca. Pese a que ya nadie las escucha, todavía sonreía.
Qué difícil es hablar de las cosas que no tienen forma. Qué difícil es hablar de las cosas que no vemos, ni oímos y que seguramente nunca llegaremos a tocar, ni a oler o saborear y sin embargo, percibimos y sentimos de forma muy clara. Normalmente andan sueltas en nuestro interior consciente o inconscientemente, mientras permanecemos obsesionados con nuestro entorno inmediato de cosas físicas, materiales, formales.
Paseando, demasiado ocupado con la tarea pertinente, o sea localizar chustas de porro abandonadas a su suerte, demasiado absorto como para estar a lo que hay que estar, que no por ello se me ha escapado un detalle, ese descampado,
No es difícil. No. Es sí o no. Pero allí reside la dificultad de eliminar cualquier vestigio físico del pasado. Tirar los veinte tomos de la enciclopedia adquirida en 1974. La ruedecilla del mecanismo de un juguete que se estropeó. ¿Pero qué hacer con una mecha de cabello robada hace veintisiete años a una muchacha con la que todavía sueñas?
Si la tocas otra vez, estarás incurriendo en el único error. Nadie dijo que fuera fácil. Tócala para ella si quieres. Es el azar de todos modos. El ideal literario es este: convertir cada tecla del ordenador en una tecla del piano, improvisar una canción que no conoces y que ya jamás se repetirá. Los guantes y el smoking no son necesarios, nadie te verá. Basta sentirse cómodo, y ni siquiera eso es necesario.
El aterrizaje fue según lo previsto. Todas las tuercas permanecieron en su sitio y ninguno de nosotros fue desintegrado por la fuerza del impacto. Un color blanquecino envolvía con una fina y blanca nebulosa el horizonte. La retina, poco a poco, comenzó a calibrarse. Pasados unos instantes, el cambio se precipitaba y me adaptaba a la nueva luz, inquietante por su condición de desconocida y bella por esa misma razón.
Claro, pasa, estás en tu casa, disculpa si no salgo a recibirte, hace demasiado tiempo que no piso puerto y me da miedo que el suelo bajo mis pies no se mueva. Me siento más seguro aquí. Cuidado no te enredes con esos cabos… aguarda un momento, esto debería estar ya en el tambucho… pero claro, las cosas no caminan solas a su sitio, ¿verdad?.
En un lugar olvidado se encuentra el Hotel Miseria. Allí donde el mar lava todos nuestros pecados y escupe con rabia toda la basura que en él tiramos. Un lugar donde el sol se besa con el mar en solitario, sin testigos extraños. Allí, donde el mar se junta con el cielo, se encuentra un hotel hecho de miseria, nuestra miseria, la miseria humana.
1 − El protocolo era sencillo y conocido por todos: había que fingir naturalidad y desenvoltura. Todo el mundo lo sabía y todo el mundo lo hacía, de tal suerte que si (váyase a saber por qué) llegaras a sentirte tan cómodo como para mostrar verdadera naturalidad, tenías que fingir que fingías naturalidad; esto también formaba parte del protocolo.
El viento; la playa otra vez, una gaviota, un adiós, el viento; una ola, la caracola que te enseñé, el viento; un hasta luego mejor, otra ola, una sonrisa, me la guardo en el bolsillo, los pies llenos de arena, el viento; la caracola es para ti. Las manos frías, el aire salado, me quedo también con aquella mirada, si te parece bien, la voy a atar para que no se la lleve. El viento.
El día que fondeó en la bahía el barco azul fue una sorpresa para todos, pues nadie lo había visto acercarse. La gente que andaba por el muelle vio cómo comenzaron a brotar de la nada unos mástiles. Realmente lo que ocurría es que el barco que era del color del mar y el cielo realizó la maniobra de arriar las velas que también era del color del mar y el cielo, dejando al descubierto sus tres mástiles de samanguila.
Esta vez dejó que me entretuviese entre sus ondas, que me envolviera su espuma; me dejo estar allí en el momento en que abrazaba al sol y el cielo se volvía rojo y él cada vez más plata, cada vez más profundo, cada vez más yo. No siempre me dejaba.
Iba a hablaros del ocaso ideal pero ya no me apetece, se esfumó. Estaba yo contemplando un ocaso vulgar, normal y corriente, uno de esos típicos ocasos que acontecen a diario delante, de nuestras narices sin despertarnos el más mínimo estímulo consciente.
Naufragué sin resistirme en la isla desde la que escribo. No necesité barco ni velas para poder verme en este lugar. Llegué una mañana, tras seis días, creo, de travesía sobre mar anaranjado y cielo profundo, sin mapa y sin cordura. Los busqué incansable durante mucho tiempo, sin suerte, hasta darme cuenta de que lo que pretendía era inútil.
Una vez, en algún tiempo, tuve la suerte de escuchar esta conversación: –¿Dices, que fuiste color, entonces?, ¿y antes?, ¿a qué te dedicabas?, ¿a ser persona y consolarte con la rutina? ¿durante cuánto tiempo dejaste abandonada tu alma?, ¿con qué la alimentabas a ella si ignorabas su existencia?
Dora aparcó el coche en el arcén de la carretera y la brisa marina, cargada de recuerdos, la hizo estremecer cuando sus pies se hundieron en la arena. ¡Cuántos sentimientos le hacían temblar al llegar a esa costa! ¡Cuántas promesas de amor flotaban en el aire adormeciendo sus sentidos! Si miraba las nubes todavía era capaz de ver su velo surcando el cielo, el sonido de un bandoneón la acompañaba mientras sus pupilas se cargaban de destellos.
Debe ser el tremendo misterio que atesora. Tal vez el enorme desconocimiento que tenemos acerca de él. Como si su superficie fuera un espejo y todo lo que guardase bajo las olas fuese otro universo.
Tal vez porque vivo en una isla, porque me he acostumbrado a concebir el territorio como una realidad limitada, en mis sueños despiertos hasta la tierra se me queda pequeña.
Dora aparcó el coche en el arcén de la carretera y la brisa marina, cargada de recuerdos, la hizo estremecer cuando sus pies se hundieron en la arena. ¡Cuántos sentimientos le hacían temblar al llegar a esa costa!
Cada lugar remoto, cada isla de este mundo, tiene su señor feudal. El nuestro era “El Mecenas”, Salvador Tudurí, a quien los lugareños llamaban también “el Doctor”.
Hace años solía viajar de la misma forma que casi todos los mortales, disfrutaba de mis vacaciones de trabajo gozando de alguna escapada a cualquier lugar del planeta
Hola, cariño, ¿cómo estás? Perdona mi tardanza en contestarte, pero últimamente he estado fastidiada con unas jaquecas densas e interminables.
Hace trescientos años, lustro arriba, lustro abajo, Jonathan Swift se paseaba por las calles de Dublín con la peluca pulcra y bien plantada y sus ropas, aunque austeras, impecablemente arregladas.
A partir de ahí se construyó todo. Locales comerciales de doble altura, todavía vírgenes. Tan solo un par fueron trabajados, convertidos y utilizables
Cuando el reloj digital del teléfono móvil alcanza la una del mediodía, de las ventanas de mi barrio empiezan a brotar ráfagas de ajo frito y olorosos efluvios de pimiento verde.
El sentido habitual de los periodistas que recorren el camino entre la realidad y la ficción es este
Siempre pensé que la crisis nos traería el ansiado antídoto que acabaría con la amnesia paisajística y ambiental que...
De pequeño me encantaba recrearme con mis amigos en algo que nos fascinaba. No me pidáis fechas ni edad exacta.
El corcho saltó por los aires y las burbujas se balancearon por mi cuerpo, por los muebles, por la mesa, por las paredes, la alfombra.
“No me nace que nadie me nazca”. Esta frase la he repetido en la barrera de los cuarenta demasiadas veces. La uso cuando me preguntan si voy a ser madre.
Hubo un tiempo en el que anduvo tan rápido, pero tan tan rápido, que ni su propia sombra pudo seguirle.
La triste cara de Arrecife quiere sonreír...la cara de Arrecife mientras los precios vivienda y la fiebre del alquiler
El proceso con él fue el mismo que con muchos otros. Lo detuvieron por alguna clase de subversión física o intelectual, verdadera o falsa. Lo amordazaron y lo torturaron durante tiempo indefinido.
Sentada frente a la inmensidad azul. Impávida al azote del viento, contempla el horizonte sin verlo. Sus pupilas están posadas en la espuma de las olas oceánicas, más allá de donde alcanza la percepción.
Paseo sumergido en recuerdos cuánticos de naturaleza ondulatoria y corpuscular,
a playa se extendía solitaria ante mí, apenas punteada por las diminutas luces de algunas viviendas encastradas en la ladera del acantilado que la cercaba.