Nº40

Fernando Barbarin

¡Abracadabra! Una cabreada cabra brava, bala y me habla.
6:30 AM, Un sonido me despierta... medio en pelotas y asustado, salgo a la caza del intruso. Como un guerrero samurái, escoba en mano, recorro sigiloso el pasillo. El ruido proviene del cuarto de baño. Le meto una patada a la puerta y entro... de repente, me encuentro histérico, amenazando a una cabra que me observa asustada.
Mientras retomo el aliento y compruebo que mi corazón sigue en su sitio, le exijo que me diga qué cojones hace en mi cuarto de baño. 
Temblorosa, me pide que me tranquilice; me explica que el día anterior la trasladaron a una granja próxima a mi casa, y al caer la tarde un macho maloliente, baboso y depravado intentó propasarse con ella. Me cuenta cómo aprovechando un descuido de su agresor, consiguió zafarse huyendo de aquel lugar. En mitad de la noche y desorientada, no tuvo otra opción que buscar refugio colándose por mi ventana. 
Como muestra de solidaridad me apoyo sobre el lavabo y suspiro..., permanezco unos segundos en silencio..., pero finalmente le digo que lo siento mucho, que comprendo la situación pero que no puede quedarse en casa. Procuro ser delicado... quizás por miedo. 
Ella entonces, intenta por todos los medios negociar conmigo: ─¿Me estás mirando las ubres?─ Yo ruborizado, esquivo su mirada mientras pienso en leche fresca y queso.
Sintiéndome débil y manipulado, actúo como un mezquino antidisturbios y sin previo aviso la saco por la fuerza mientras ella bala quejosa. Ya frente a la puerta, desesperada por no salir de casa, recurre a la resistencia pasiva convirtiendo todo su cuerpo en un pesado costal de arena. Tras varios intentos en vano por alzar su peso muerto, descanso derrotado frente a ella. En mitad de esa situación absurda, algo despierta su curiosidad y con el hocico señala unos lienzos apoyados en la pared... Me pregunta: ─¿A qué te dedicas?─ Pienso que es una estrategia para ganar tiempo, pero a pesar de ello no puedo resistirme a contestar a su pregunta. 
─Bueno... soy diseñador y edito una revista cultu...─ Ella, sin dejarme terminar se descojona en el suelo. 
─¿Qué te hace tanta gracia?─ Le pregunto ofendido. Entonces contesta: ─
─ ¿Es que no lo entiendes? No somos tan distintos como piensas, tú eres algo cabra y yo persona, ambos convivimos en rebaño y en cierto modo, a ti también te ordeñan... haríamos buena pareja, ¿no te parece?─

Noqueado por su reflexión, quedo pensativo... De pronto, al escuchar los primitivos gritos de un pastor, da un brinco y se incorpora nerviosa.
Yo aprovechando la situación la empujo y logro sacarla de casa. Ya en la puerta, agitando los brazos llamo a su dueño. El pastor viene a su encuentro fatigado, y sin apenas detenerse, me gruñe algo parecido a un agradecimiento. Luego con escasa delicadeza la amarra del cuello mientras la maldice arrastrándola por el camino. Yo los acompaño unos metros, hasta que su mirada asustadiza es bruscamente borrada de una patada. Con un nudo en la garganta regreso a casa afectado por tan traumática despedida. Ya en la puerta, un vecino desde su ventana comienza a entablar conversación; me habla de aquel pastor, cómo le apodan, cuántos hermanos son, dónde tiene la granja..., y el trato denigrante al que somete a los inmigrantes que trabajan para él. Yo le escucho angustiado mientras la culpabilidad recorre por todo mi torrente sanguíneo...

Aquel viejo maldito capaz de someter a los hombres, ese ser sin escrúpulos de lágrima seca y corazón de estiércol... ¿Y si el día anterior, al verla bajar de su sucio toyota... vulnerable, asustadiza, indefensa...?

Abracadabra patas de cabra... que los cuentistas no cuenten historias, que la historias se conviertan en cuentos, que las palabras tomen las armas, que la tinta borre sus sesos, que las venas se le acartonen al déspota, tirano y necio. Porque esta historia se repite... porque realmente no es un cuento.

Que las princesitas sean perdices,
y los príncipes su cuello,
que las historias no son felices,
que vale ya de tanto cuento.