Paisaje marino

Atchen Pounapal

Hay en el paisaje atlántico dos tercios de litoral que se confunden en el delgado borde espumoso de la mar con la arena levantada por la ola. Sin llegar a saber dónde empieza la playa y dónde termina la mar es paisaje de cien paisajes, unas veces espejo de mercurio y otras aquelarre de crestas blancas o exhibición de una calma incendiada, adula y atemoriza ante diferentes miradas. Observo el horizonte con ojos nuevos cada día ya que ninguno de los dos somos el mismo y sin embargo parece que casi nos reconocemos.

Nos reencontramos en el recuerdo de la niñez, inocente, de cuclillas en la orilla atento a cómo una concha vacía era revolcada mil veces, resistiendo al baile erosivo de los callaos. Viendo el constante ir y venir de la ola como una metáfora antigua pasaron años y ahora aquí estamos, totalmente rodeados por océano de delgadas cintas plateadas.

Apenas una membrana mínima que nos separa de lo desconocido, de los terrores marinos, sombras serpenteantes entre las piedras, erizos de agujas largas que competían con el pánico de la posibilidad de ahogarse.

Cada día contemplamos este constante espejismo del horizonte rectilíneo, solo oculto por la calima o por una noche sin luna. Esta línea, aunque interrumpida por otra isla o las montañas la sabemos infinita, la conocemos intangible y a pesar de su frágil existencia está siempre presente, eterno límite entre dos azules, reflejándose uno en el otro.

Las olas de esta y otras orillas en su incesante volver crearon costumbre, haciendo en el pensamiento océano más allá del océano.

 

Textil y lana / 2,00m x 2,00m / Fotografía BRUTO estudio