Miedos

Por: Adriana Sandec

Amanece, abrimos los ojos imaginando siempre el tráiler de nuestro día.
Lánzate y échate ya a nadar, sin pensar en el frío de las olas.
Durante el día, encuentras momentos donde tu pasada niñez toca la fibra y por nostalgia aceptas esa invitación, la de dejarlo todo… la de escaparte a hurtadillas para ir a jugar.
Ya nada llega explícitamente y menos por la noche, cuando tienes la oportunidad de reflexionar y creer que algún día podrás cambiar el “no tengo tiempo” por el “me aburro”.
Tenemos miedo a tener un reloj que no produce frutos, y es que el tiempo no vuelve y por eso creemos que necesitamos más y más. Somos vulnerables y queremos vivir lo suficiente para saber si nuestro esfuerzo conseguirá materializarse, si nuestra meta más grande quedará registrada en la historia.
No mires a los lados, mañana volverás a la mar.
Amanece, abrimos los ojos y esta vez no da tiempo para imaginar, llegamos tarde.
Durante el día, encuentras personas que alguna vez fueron familia y por no hablar a tiempo las cosas, ahora debes cambiarte de acera o disimular con el móvil, dices que ya no hay tiempo para eso y te escudas con “todo pasa por una razón”.
Vuelve a anochecer, miras al techo del dormitorio preguntándote si debiste decir o hacer algo, lamentándote de no poder regresar el tiempo. ¿Algún día podrás cambiar el “necesito hacer” por “voy bien”?
Y una vez más amanece, pero algo está cambiando, nos quedamos en blanco mientras miramos de nuevo al techo.

Respira.