Ermelinda Martín Duarte
El planeta Tierra está cubierto por los océanos y mares en una proporción del 70% aproximadamente. Curiosidad o no, nosotros, los seres humanos estamos conformados por la misma proporción hídrica. No sólo los isleños llevamos el mar en lo más profundo de nuestro ser, sino que todos estamos compuestos por los mismos elementos que “son” el mar. Y no sólo los del mar, sino también los de la tierra, los del aire o los del Sol.
Sea ciencia, ilusión, o verdad, lo cierto es que formamos parte intrínseca de un Todo, una extraordinaria ecuación que es tan sencilla que no somos capaces de entender ni de resolver… O, tal vez, esté resuelta ya porque nunca hubo tal ecuación.
Quizás la respuesta está escondida en el “aceptar” que todos somos “lo” mismo; tú y yo, y el mar, y el viento que mece su superficie, y el Sol que lo hace reverberar. Nosotros, que lo miramos. Él, que nos mira; nosotros, que nos vemos en él y él que se ve a sí mismo en nuestros ojos. ¿Dónde radica, entonces, la diferencia de elementos? ¿Dónde se diferencia el motivo de existir tanto del mar como del tuyo o del mío?
Yo disfruto observándole y “sé” que él disfruta viéndome, viéndote. Sólo se me ocurre que esto se podría sintetizar diciendo que todo cuanto existe “es” para relacionarnos “disfrutándonos”, sin hacernos daño. Porque ahora entiendo que, si le hago daño a lo que me rodea, instantáneamente me lo estoy auto–infligiendo. Y tan sólo por estar hecha del mismo material, de mar, tierra, aire y Sol.