Cristina Ibañez
Desde hace unas semanas la mar está frenética de vida. A diario nos ofrece un espectáculo grandioso, en un escenario que hierve por el incesante movimiento de innumerables cardúmenes de caballas (Scomberscombrus), chicharros (Trachurustrachurus) y boquerones (Engraulisencrasicolus). Además de grandes bandadas de Pardela cenicienta (Calonectrix diomedea borealis) que pican y se sumergen excitadas; en jerga pesquera: “averíos”. Todos son el ballet de acompañamiento de los protagonistas: los rorcuales. Estas grandes ballenas, con sus formas y elegantes movimientos exhiben una exótica danza, que aún está por comprender.
Este año se ha adelantado el rorcual tropical (Balaenoptera edeni). Las aguas canarias es una de sus zonas de alimentación desde junio a octubre. Es destacable la utilidad que ofrece a nuestros pescadores artesanales de túnidos, particularmente del bonito-listado (Katsuwonuspelamis); sirva este relato de reseña:
“A nosotros, nos gustan estos animales porque si ellas están o hay pardelas, puede que haya pescado, por eso nos dirigimos a la zona donde ellas están. La ballena navega con una mancha de pescado debajo; y es que, el pescado que va debajo de ella, busca la sombra que ella proyecta, así se protege de posibles depredadores.
Nosotros tenemos diversas maneras para robarle esta mancha a la ballena. Una de ellas, es navegar paralelos a ella y poco a poco vamos convergiendo su rumbo para así arrastrar el pescado bajo nuestra falúa. A veces, cuando la ballena se da cuenta de que no tiene la mancha, vuelve para atrás y se lleva otra vez su mancha de pescado.”