La danza
Hay una leyenda japonesa que habla de un río, y una cascada y un mar. Cuenta esa alegoría que si acaso los peces conseguían nadar río arriba, llegar a la cascada y subirla y caer después directamente en el mar, por su esfuerzo, el dios del río y del mar —o eran dos dioses, pues no lo cuenta bien la leyenda- les recompensarían transformándolos en majestuosas mantas gigantes capaces de realizar danzas cautivadoras.
Hace mucho tiempo se pudo contemplar un gran banco de peces de gran variedad de formas, tamaños y colores dirigiéndose río arriba. Era un día despejado y las aguas del río lucían limpias y transparentes. La lucha constante de los peces contra la corriente era muy dura y por momentos se intuían sus musculosos cuerpos peleando arduamente contra las aguas. Por desgracia, los peces más pequeños no aguantaban el envite de la corriente y eran arrastrados hacia abajo, estrechando sus cuerpecitos contra rocas, zarzas y demás maleza. La lucha que mantenían contra corriente río arriba era de una dureza extrema y al encontrar la cascada que les impedía el paso parecía como si el camino terminara para ellos en ese instante.
La mayoría de los peces se convencieron y, dejándose llevar por la corriente, descendían río abajo descansando del agotamiento producido en la lucha.
Fueron muy pocos los peces que decidieron continuar, la mayoría eran los de mayor tamaño. La subida por la cascada era dura y los peces caían una y otra vez mientras intentaban el ascenso. Mientras tanto, unos demonios les observaban silenciosos y en ocasiones les ponían una serie de obstáculos, como incrementar la altura de la cascada o hacer que la corriente del agua aumentara.
Siguieron testarudos los peces a lo largo de decenas de años intentando subir la cascada. Todos querían el gran premio. Muchos, agotados, terminaron por morir o desistir y dejarse arrastrar por la corriente río abajo. Pero algunos continuaron año tras año en el intento.
Los demonios, incrédulos por la obstinación de los peces, decidieron renunciar y se marcharon.
Fue en ese momento, en el cual los demonios se perdían de vista, cuando una trucha asalmonada consiguió dar un gran salto por encima del agua y pasar la cascada. En su caída hacia el otro lado la trucha iba mirando a su alrededor mientras dejaba de respirar para tratar de adivinar —quizás admirar- lo que había en el lugar del que todo el mundo hablaba.
Y ahí estaba el gran río —como los peces llamaban al mar-, justo enfrente de ella y donde rápidamente la corriente le dirigía.
En poco tiempo fue empujada hacia esas aguas saladas y desconocidas y sintió como su cuerpo se estremecía y cambiaba sin ella sentir dolor. Enseguida experimentó como se anchaba y aplanaba y como una especie de cuernos nacían en su cabeza. Su cola se alargó y sin más, comenzó a realizar exhibiciones acrobáticas nadando y saltando fuera del agua. Los animales que la rodeaban, admirando su danza seductora, se movían a su ritmo tratando de imitarla.