DELPHIS

Dionisio, bebedor y vago, dormitaba cerca de la orilla de aquel Mesogeios Thalassa, o también llamado Mar Medi Terraneum por esos piratas que arribaban en ocasiones de la otra parte del continente. Su siesta era placentera, mecida por esa música de pájaros que anidaban cerca de la costa al tiempo que por el rumor permanente de ese mar que se descosía en espumas blancas y mojaba la arena fina y caliente de la playa. Su barriga enorme y peluda subía y bajaba al ritmo de su respiración, mientras que a lo lejos unos peces saltaban en el mar ajenos a lo que acontecía en la orilla.
El ronquido uniforme y constante de Dionisio ocultaba los pasos lentos pero seguros de unos hombres que se acercaban a él. Ese silencio que se mascaba entre ellos dibujaba no muy buenas intenciones.
Fue al desperezarse e intentar asir su copa de vino cuando Dionisio advirtió que su cuerpo se mecía al ritmo de las olas que acunaban el casco de madera de un barco. Catorce ojos de siete feos piratas le miraban fijamente mientras él se preguntaba cómo habría llegado hasta allí. ¿En la mente de esos piratas estaba el venderlo como esclavo? ¿Pedir quizás un rescate a los dioses?
¡Qué equivocados estaban esos piratas si pensaban que sería tarea fácil lidiar con el dios Dionisio!
Al mismo tiempo que éste levantaba su pesado cuerpo, iba convirtiéndose en fiero león. Ellos, asustados, se empujaban unos a otros tratando de huir y encontrando en el mar su única salida para escapar de semejante fiera. Uno a uno saltaron por la borda pero apenas rozaban el agua se iban transformando en bellos delfines. La furia de Dionisio, el enojado dios del vino, se manifiesta a veces con sentido del humor. Fieros piratas convertidos en juguetones delfines.
Nadaron largo y tendido hasta sentirse lejos y a salvo de su enfado y sus carcajadas. Nadaron tanto que tardaron en darse cuenta que necesitaban del oxígeno para respirar. Nadaron a tal velocidad que no supieron hasta más tarde que se habían transformado en cetáceos.
Décadas después, estos animales/hombres habían adoptado formas artísticas en su forma de moverse. Eran auténticas danzas que provocaban estelas de espuma dentro de las aguas del mar. Desde el fondo, otras especies les observaban preguntándose de dónde habrían salido estos seres. Así mismo, estos piratas/delfines consiguieron a través de extraños silbidos una forma de comunicación entre ellos.
Sumergidos en los fondos marinos pudieron encontrar esos tesoros que habitaban en barcos hundidos desde hacía siglos, tesoros que en este nuevo estado ya no les servían.
Siglos después, Dionisio, con el permiso de Zeus, reapareció en aquellas aguas dispuesto a deshacer el mal que ocasionó su malhumor. Pero esos siete feos piratas le imploraron seguir siendo delfines.
¡Delfines! ¡Hombres! Nacidos del enojo de un dios griego, ebrio, caprichoso, genial creando metamorfosis.