Y no quedaron olas,
ni arena, ni espuma, ni sal
para las heridas.
El miedo mar adentro
engatusando a algún marinero
con un canto de sirena.
Prometiéndole tierra firme
y un colchón al que inundar de penas
y anhelos.
En el camarote, el vaivén del silencio
que no te deja dormir.
Y te sueñas equilibrista sobre la plancha
sin un sable amenazante que te impida retroceder.