Peces voladores despiertan
el arco insular del misterio.
Octubre, octubre… Ciudades
acuáticas, manuscritas,
¿por quién? “Ah, ensordezca
la caligrafía abollada
de las olas”, murmuró –a contraluz–
nuestro ojo de cíclope, que ya ni
su caricia de nadie
echa a suerte.
(A buen seguro reverbera
el tajo más impuro de la obsidiana,
esto es, un inerme coágulo
de hebras salinas.)
Cómo no almorzar
untado de gas–oil las dársenas?¿
Habría merecido
la pena golpear el esguince ocre
de las grúas. A la hora de un café.
Entonces, hierve el agua
y el vapor disgrega la imagen.
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Diríamos: ¿Miden la edad
las cucharillas precursoras
del azúcar portuario?
Hay, Universo,
grumos desconocidos, ásperos.
Plena se engulle la orfandad, la inaccesible
desposesión de los afectos.