BOCETO DE UNA AGONÍA
Un solo instante bastó para morder el anzuelo. Apenas pudimos quejarnos, tan solo logramos entretener nuestra común agonía comentando entre dientes el mal sabor de la pechuga de pollo
que usaron como carnada, mientras sentimos que nos asfixiaba
el viento. Por lógico que parezca, estamos muertos.
En medio de esta coyuntura y estando tan cerca de la orilla, nos
hemos estado cuestionando la posibilidad de hacer llegar un
mensaje a nuestros compañeros que quedaron en el mar.
Si usted lee este escrito, por favor, trate de explicarles a ellos
que la muerte no es el Tiempo y que aquí afuera, en el viento,
nadie nos escucha, por más que gritemos.
Rafael Hierro