MAR Y ARQUITECTURA

Según describe Platón en la narración de Kritias sobre la ciudad de la Atlántida, “Isla del Atlas” era una maravilla de arquitectura e ingeniería. La capital estaba compuesta por una serie de muros y canales concéntricos. En el centro había una colina y en la cima un templo a Poseidón. En su interior se erigía una estatua dorada del Dios del Mar conduciendo sus caballos de seis alas. 

Desde la Antigüedad, el mar ha sido comunicador entre países y el protagonista en el nacimiento de las ciudades, así fue en las primeras civilizaciones y durante siglos ha conducido al descubrimiento de nuevos continentes.
Los océanos de la Tierra cubren más del setenta por ciento de la superficie de nuestro planeta. Hay, por tanto, menos terreno firme para construir. Una de las acciones de la arquitectura a lo largo de la historia ha sido analizar el lugar y ante la dificultad para el crecimiento resolverlo constructivamente con ciudades, canales y puertos.
Este es el caso de las grandes ciudades que se abren al mar o a los ríos mediante canales. Ámsterdam era un pueblo de pescadores. Según la leyenda, la ciudad fue fundada por dos pescadores que por casualidad acabaron en las orillas del río Amstel en una pequeña embarcación. O la singular Venecia, donde los islotes de la laguna estuvieron poblados por pescadores desde la época romana. Fue solamente en la Edad Media cuando la zona comenzó a adquirir importancia, introduciéndose en la órbita bizantina y separándose cada vez más de las ciudades de tierra firme, que se convirtieron en lombardas.
Muchas ciudades han nacido a orillas de mares o ríos para convertirse en el elemento clave de cualquier desarrollo urbanístico; pero no solo Ámsterdam o Venecia son las grandes poseedoras de los famosos canales, también Delft en Holanda, Brujas en Bélgica, Birmingham en Gran Bretaña e inclusive Empuriabrava  en España.
Y además de Europa también encontramos en China, India, o Estados Unidos ciudades con canales que se convierten en grandes vías de comunicación entre calles y viviendas siendo parte activa en la vida de sus ciudadanos.
Existen, por desgracia, proyectos que son además de ejemplos de la desintegración entre arquitectura y naturaleza, verdaderos desastres ecológicos. Este es el caso del grupo de islas artificiales con forma de palmera construidas en la ciudad de Dubái a orillas del Golfo Pérsico. 
El Mar como Metáfora.
“Arquitectura es aquello que la Naturaleza no puede hacer”. 
Louis Kahn.
 
Las formas geométricas de la arquitectura nacen a menudo de una investigación funcional o plástica, pero también podemos encontrar bellos ejemplos de figuras al servicio de una metáfora tratando de transmitir un mensaje o dar concreción formal a un significado que el observador, como reto, debe descubrir.
El uso de la metáfora como canal de creatividad ha sido muy popular entre los arquitectos a lo largo de este siglo. Se ha revelado como un canal muy poderoso, más útil para los creadores que para los usuarios o críticos. De hecho, las mejores metáforas y sus mejores usos son aquellos que no pueden ser detectados. En este caso las metáforas son “los pequeños” secretos de los creadores. Los edificios pueden resultar a veces a simple vista una clara metáfora que no por ello deja de tener su importancia, si es así el reto del proyectista.
Este es el caso del mar, las olas rompiendo en la playa, el movimiento del agua, sus formas naturales de expresión, los animales marinos que la habitan o las velas de los barcos, han sido fuente de inspiración para muchos arquitectos.
En San Sebastián, el Kursaal de Rafael Moneo, emerge en la Bahía de la Concha como dos cubos de vidrio translúcido, “dos rocas varadas" en un intento por “perpetuar la geografía y, en la medida de lo posible, subrayar la armonía entre lo natural y lo artificial”. El Guggenheim de Frank Gehry, a orillas de la Ría del Nervión nace del recuerdo de los grandes astilleros bilbaínos que bordeaban el puerto de Bilbao en el mar Cantábrico.
El arquitecto Toyo Ito ha transformado unas antiguas oficinas situadas en el Paseo de Gracia de Barcelona en apartamentos cuya nueva fachada refleja la fluidez y el dinamismo de las olas del mar. Todo ello mediante paneles de chapa de hierro en color nacarado recortados de forma irregular reflejando diferentes tonalidades de color a lo largo del día. En esta obra el arquitecto japonés también muestra su admiración por Antoni Gaudí y sus diseños orgánicos e inspirados en la Naturaleza.
Igualmente el arquitecto catalán se inspiró en el mar y en los seres que lo habitan para crear elementos arquitectónicos y constructivos, animales marinos en los balcones de la Casa Batlló, conchas marinas en la Cripta de la Iglesia en la Colonia Güell usadas como pilas de agua bendita o las curvas sinuosas en muchas de sus fachadas con reminiscencias acuáticas como La Pedrera y en gran parte del Parque Güell.
El mar es influyente a la hora de componer un edificio pero también es el protagonista a la hora de conformar el espacio y que todo vuelque su mirada en él, no siendo un elemento exterior sino un habitante más del volumen.
Esta idea germinal es base de mucha obras, como la célebre Casa de la Cascada, en Pensylvania, de Frank Lloyd Wright. Cuando los propietarios encargaron una casa desde la que se pudiera ver la cascada, el arquitecto la proyectó directamente encima de la caída del agua con un acceso directo a su cauce. Esta casa se encuentra casi “camuflada” por el entorno que la rodea y por los materiales elegidos en su construcción. En medio del bosque emerge el edificio en el que predominan componentes horizontales que se adaptan al recorrido del río mediante sucesivas terrazas.
Un iceberg emergiendo del fiordo de Oslo ha servido de inspiración para la Casa de la Opera, diseñada por el Estudio de Arquitectura Snohetta, creando un gran volumen de mármol blanco que se integra entre las aguas, mientras la cubierta del edificio sirve como mirador al cautivador paisaje noruego.
Hay numerosos ejemplos de arquitecturas pensadas como lugares privilegiados desde los que contemplar el mar, ya sea desde sus mismas orillas, o en los riscos y acantilados que lo rodean y que fácilmente podemos recordar; pero cabe destacar el Cementerio de César Portela, una agrupación de bloques de granito dispersos siendo cada uno de ellos una cámara funeraria situada al margen del camino mirando al mar. El conjunto se erige en lo alto del acantilado en el que al disfrute de las vistas del Mar del Norte se añade la susurrante respiración del lugar.
 
César Manrique. Arquitecto del Agua.
César Manrique es uno de los artistas más respetuosos y dialogantes con el lugar en el que participa con sus creaciones, ya sea desde la arquitectura, la pintura –que siempre consideró su actividad fundamental y a la que incorporó las tierras volcánicas de la isla–, la escultura –con sus célebres Juguetes del Viento – o su Jardín de Cactus. 
Nacido en Lanzarote y uno de los máximos exponentes artísticos canarios, una de las premisas de su trabajo fue la de integrar sus obras con el entorno de su isla. Respetando la naturaleza mediante construcciones orgánicas, es decir espacios diseñados mediante elementos naturales como las rocas volcánicas, el agua, el mar o la tierra y complementando todos ellos sin ningún enfrentamiento al lugar, consigue un mágico diálogo y un entendimiento con el entorno a la vez que participa de su desarrollo de un modo sostenible. Sin su labor no habría sido posible que Lanzarote fuese declarada por la UNESCO, Reserva Natural de Biosfera en 1993, poco más de un año después de su trágica muerte.
Manrique no usa el agua como metáfora como algunas de las obras citadas anteriormente, sino que al igual que Lloyd Wright, la usa como un elemento arquitectónico más. Se inspira en sus formas, estudia el mar para integrarlo en todas sus arquitecturas, desde un mirador en un acantilado –así el conocido Mirador del Río–, o desde una piscina de agua salada.
Una de sus primeras obras, de finales de los años sesenta, son los Jameos del Agua, considerados únicos en el mundo, no solo por su propia belleza, sino por las consecuencias que de él ha sabido extraer, cuidando y resaltando de un modo puramente arquitectónico sus más intrincados rincones.
El agua como recurso natural en algunas ciudades es escaso y se construyen tanques que almacenan el agua dulce para el uso doméstico. Este es el caso de Lanzarote que hace uso de sus propios aljibes en la construcción de las viviendas o en la protección contra incendios. 
Manrique, como lanzaroteño, también ideó y se preocupó por el almacenaje del agua ante la escasez de la misma.
Los aljibes se usan como elemento para almacenaje de agua desde la Antigüedad. Se construyen con ladrillos unidos con argamasa y las paredes internas están cubiertas de una mezcla de cal, arena, óxido de hierro, arcilla roja y resina de lentisco. De esta manera se  impiden filtraciones y la putrefacción del agua que contienen.
Manrique integró los aljibes en gran parte de su arquitectura, así en la Fundación que lleva su nombre en Tahíche, en la que fue su casa, totalmente diseñada por el propio artista, y que legó a su muerte como sede de la FCM.
Otras obras suyas son Costa Martiánez, en el Puerto de la Cruz, de Tenerife; el Mirador de El Palmarejo, en La Gomera; el Mirador de La Peña, en El Hierro. Fuera del archipiélago canario, diseñó el Parque Marítimo del Mediterráneo de Ceuta y el centro comercial La Vaguada en Madrid, recientemente restaurado. 
Su singular entendimiento de obra y paisaje, de arte y naturaleza, constituye no solo una de las más creativas apuestas nunca hechas para facilitar y sostener un fecundo diálogo entre ambos, sino que es, también, un ejemplo de ética imprescindible en el presente y futuro de un mundo ecológicamente asediado. 
 
Teresa Verdaguer Zaragoza. Arquitecta