JAVIER REYES

Tomás Peñate

A punto de cumplir 96 años y tras casi medio siglo retirado de la fotografía, Javier Reyes asiste a la recuperación y digitalización completa de su obra, a la que se le dedica un libro y una exposición antológica.

“Al principio, fueron los vecinos quienes me animaron a sacar fotos, para no tener que ir a Arrecife, que era donde estaban los únicos fotógrafos de la isla”. Así explica Javier Reyes Acuña (Haría, 1926) sus inicios como fotógrafo, marcados por el precario contexto socioeconómico de la época. En plena posguerra, el joven autodidacta se forma en el mundo de la fotografía, para ejercer después profesionalmente y complementar el modesto sueldo que le reporta su trabajo en el Ayuntamiento de Haría.
“Yo no he sido nunca artista”, confiesa sin pudor Javier Reyes, que nunca pensó en sus fotografías como piezas de arte. De hecho, muchas de ellas adolecen de lo que algunos puristas consideran errores básicos: horizontes torcidos, cortes de plano con personas de por medio, desenfoques… Pero, sin aspiraciones artísticas y a la vista de estas presuntas carencias técnicas, ¿por qué destacar la colección de Javier Reyes? La respuesta es simple: su archivo contiene miles de fotografías llenas de frescura, humanidad y verdad; imágenes sencillas, pero directas y honestas, que retratan con sorprendente intimidad la vida diaria de campesinos, marineros o artesanos, sectores sociales mayoritarios pero olvidados por la fotografía oficial de la época.
En España, a mediados del siglo XX, triunfaba —con apoyo del franquismo— la fotografía escapista. Abundaban los “certámenes fotográficos” que premiaban visiones esteticistas vacías de contenido —imitaciones de la pintura, teatralizaciones, juegos de luces— al tiempo que explotaban los aspectos más folcloristas y turísticos. Sin olvidar la censura que la dictadura ejercía, primaban en estos años las estampas y postales que huían de la acuciante realidad del país y fomentaban visiones idealizadas de sus gentes y paisajes.
La obra de Reyes ha ganado con el tiempo: su precisa cartografía de la vida cotidiana de amplios sectores de población marginados por la fotografía oficial del franquismo destaca ahora por su originalidad y autenticidad. Su colección es una suerte de atlas humano que logra trascender lo local para abarcar otras muchas zonas de Canarias y del planeta. En este sentido, la obra invita a los habitantes de Lanzarote y La Graciosa a olvidar ciertos apriorismos para disfrutar completamente de ella. Es crucial recordar que Reyes dejó de tomar imágenes de dichas islas cuando el turismo comenzó a cambiar por entero una realidad socioeconómica que llevaba siglos casi inamovible. Esa radical transformación dejó profundas huellas en el imaginario de los isleños, polarizando su visión del pasado entre la idealización del legado perdido y el olvido de la pobreza desterrada. La obra de Reyes —el “artesano de la mirada” que radiografió su mundo sin regodeos localistas ni nostalgias aún no sentidas— nos acerca a este pasado con su mirada humana y viva, recordándonos la frase de Tolstoi: “Si quieres ser universal, habla de tu aldea”.

Una mirada desde dentro
Entre 1943 y 1972, Javier Reyes alternó diversos oficios con el ejercicio profesional de la fotografía en los pequeños núcleos de población del norte de Lanzarote y del Archipiélago Chinijo. En esa época, Lanzarote —tierra de emigrantes lastrada por el caciquismo, el analfabetismo y sus arcaicas comunicaciones con el exterior— apenas podía mantener a su escasa población, siempre pendiente de las cíclicas sequías y aferrada a una modesta economía de supervivencia basada en el sector primario y actividades tradicionales.
Tomando como punto de partida su comprometida concepción artesanal del oficio y su innata capacidad visual, Reyes radiografió con su cámara el humilde modo de vida de una sociedad campesina y marinera que, tras siglos de quietud, estaba a punto de desaparecer con la llegada del turismo. Gran parte del secreto de la inusual franqueza y empatía que rezuman sus fotografías —especialmente las tomadas en bailes y jornadas festivas— estriba en que nadie posa. No hay artificios ni imposturas, porque el fotógrafo logró integrarse por completo con el paisanaje. Mujeres y hombres aparecen con inaudita naturalidad porque no sentían que tenían que posar ni cuidar las formas ante un fotógrafo desconocido o foráneo: era, simplemente, Javier, uno más de su comunidad. Esa mirada interna de Reyes —que no se basaba en el camuflaje intencionado, sino en su pertenencia al mundo retratado y en su excepcional instinto visual— dio como resultado retratos tan íntimos que al espectador le resulta muy difícil no emocionarse al verlos.

El fotógrafo del Archipiélago Chinijo
Parte de la obra de Javier Reyes se gestó en el modesto estudio que el fotógrafo montó en la casa familiar, y en el que suplía con ingenio la falta de recursos: usaba el patio interior y sus cortinas para regular la luz en la sala de retratos y tenía su propio grupo electrógeno para sortear los frecuentes cortes de luz. Los retratos de estudio le proporcionaron una fuente adicional de ingresos. Pero, además de la actividad llevada a cabo en el estudio, Reyes cubrió bodas y bautizos, y llevó su cámara a reuniones y eventos sociales de todo tipo, para fotografiar los ritos y momentos de ocio de su sociedad.
Reyes organizaba los fines de semanas largas sesiones en los núcleos de población del centro y norte de Lanzarote, en las que retrataba a amigos, familias y parejas durante las fiestas populares y bailes. Esta variante de su trabajo muestra un delicado universo de enamorados y parranderos, camareros y músicos, ansiosos pretendientes y madres vigilantes, niños entretenidos y solitarios noctámbulos… Pero, sobre todo, estas fotografías revelan la extraordinaria intuición de Reyes para capturar elocuentes instantes plenos de espontaneidad y naturalidad.
Javier Reyes no trabajó sólo en Lanzarote: también fue el primer fotógrafo que acudió regularmente a la pequeña isla de La Graciosa, a la que hasta entonces solo habían llegado de forma esporádica profesionales de la imagen. Como en Lanzarote, Reyes cubría retratos, bodas, bautizos y otros encargos, pero plasmó asimismo a los habitantes de La Graciosa durante sus arduas tareas domésticas, trabajando en la pesca, relacionándose en eventos religiosos y festividades, etc.
En 1972, Javier Reyes comenzó a trabajar en un banco, y su actividad como fotógrafo cesó.

Recuperación de su obra
La obra de Javier Reyes permaneció semi olvidada durante décadas. Sus miles de negativos se almacenaron en un rincón de su casa hasta que el Ayuntamiento de Haría empezó a pedirle, a finales del siglo XX, imágenes para exposiciones y publicaciones. La recuperación de su archivo se aceleró con el proyecto Memoria Digital de Lanzarote (www.memoriadelanzarote.com), del Cabildo de Lanzarote, que desde 2007 llevó a cabo la digitalización de sus imágenes —casi 17.000 negativos en 6x9 mm y 35 mm—, concluida en 2019. El propio Reyes participó activamente en ese trabajo, documentando las fotografías y recordando detalles de su época de fotógrafo.
Durante el proceso de digitalización, la exposición “La isla sumergida de Javier Reyes” (MIAC, 2011) contó con el apoyo del Gobierno de Canarias, lo que propició la edición de un catálogo y que la exposición se trasladase a otras salas de Lanzarote, Gran Canaria y Fuerteventura. Más recientemente, la muestra “La mirada artesana de Javier Reyes” nos descubrió muchas de las imágenes del gran “artesano de la mirada” de Haría.

Tomás Peñate