Espejismos

Luis Miguel Coloma

Remitió la tempestad y la luz se asoma tímida a la línea del horizonte. Me encuentra extenuado, en el suelo. Derramado sobre la superficie rizada de una playa infinita a la que le han arrebatado el rumor de las olas. Mueve el tiempo sus agujas con desgana y su apatía lo envenena todo. Aún duermo. O tal vez esté muerto. Qué más da. Llueve.

Despierto. O resucito. Que más da. De cuando en cuando algunas gotas se clavan como lágrimas en la tierra cuarteada de mis mejillas. Levanto la vista y todo a mi alrededor está vacío. La nada sin fronteras. Sin textura. Sin alma. Lloro a carcajadas.

Me incorporo y empiezo a caminar en algún lugar indefinido de la cara oculta de la Tierra. El suelo parece cielo. El cielo parece suelo y no hay paredes hacia las que dirigirse. Estoy encarcelado en el infinito. Agotado de avanzar en círculos, me siento. O igual ya estaba sentado. Quizás nunca me levanté. Se ha desvanecido mi memoria. Decido explorar el futuro pero no tengo desde donde partir. Es una niebla espesa igual que el pasado. Me da igual atravesar una que otra. Arriba que abajo. A un lado que al otro. Estoy atrapado en el centro geométrico de una esfera. Tal vez me he convertido en ese punto que existe apenas en la lógica fría y matemática de la naturaleza. Quizás siempre lo fui.

En mi deambular errático por la nada acierto a discernir que tal vez el cielo, el suelo y todo sean en realidad transparentes y por eso puedo percibir el vacío. Ahora lo veo y no se parece a nada que hubiera podido imaginar jamás. Ni precipicio, ni abismo, ni oscuridad. La nada absoluta. Un concepto teórico, intangible. Carece de sentido un desplazamiento a través de él. Sin embargo, me muevo.