Dunas

Luis Miguel Coloma

Amanece cada día de mi existencia con la superficie rizada de un mar eterno. Enormes montañas efímeras que bailan al son del viento y juegan al esconder en un horizonte absoluto. Sin muros. Sin árboles. Se levantan majestuosas, aparentemente insalvables. Sabe cada una de ellas que a su lado hay una igual. Nacida de la misma esencia polvorienta y del mismo aire. Que antes hubo otras y que tras ellas habrá muchas más. Desde el lugar en el que nacen los recuerdos hasta donde se acaba el paisaje.

Asciendo despacio rumbo a un sol que emite su luz con rencor. Mis pies se clavan profundo hiriendo su piel virgen, ondulada por la luz. Una piel común a todas ellas. Sombra proyectada desde el infinito. Su lamento se solidifica en el silencio. Tomo consciencia del daño que le estoy infringiendo y le ruego que me perdone. Quién soy yo para irrumpir así en la suavidad de su cuerpo. Para clavar cuchillos en su belleza. El viento curará sus llagas. Borrará sus cicatrices. Tal vez mañana. Tal vez en unos segundos. Pero seguiré lacerando su naturaleza si avanzo. Y no puedo dejar de avanzar. Tengo que llegar a la cima y comprobar si le he ganado un minuto más a la eternidad.

Camino durante horas elásticas en una metáfora sólida del océano. No sé si llevo semanas dando vueltas en círculo. Cada duna es la misma duna. Y estoy sobre ella. Pero también es ella la que está a mi espalda. Y delante de mí. Y a ambos lados. La misma piel, bella y virgen. La misma herida a cada paso. El mismo andar fatigado. El mismo lamento sin sombra, ni nube, ni paloma con una ramita en el pico.

Si me quedo quieto, tal vez me despierte y me dé cuenta de que no estaba dormido. Y prefiero que las pesadillas me vengan mientras duermo porque sé que el despertar las mitiga. Que la mañana acudirá a socorrerme con los brazos de una madre. ¿Y si avanzo…? ¿En realidad avanzo? Siento que cada día me acerco más al punto en que la suma de avanzar y quedarme quieto es igual a cero. El día, la semana, el segundo.

Sentado en la cumbre incierta de una duna veo cómo el astro incandescente bosteza. Su luz cansada me regala un panorama espectacular. Detrás de mí, el cuánto he hecho. Delante, el cuánto me queda. A mi alrededor, todo lo que hubiera podido ser. Da igual cuánto caminé y hacia dónde voy. El viento juega con el trazado de mi sendero y el sol me permite o me impide verlo con la intermitencia de su capricho. El tiempo y su medida son una ilusión irrisoria cuando miran cara a cara a la inmensidad de un atardecer. Mañana será otro día… O será el mismo.