Algunas veces

Luis Miguel Coloma

Algunas veces, el universo te brinda la oportunidad de vivir un sueño tan real que su fragilidad duele. Sientes que te elevas. Que te vas. Dejas atrás por un momento el cuerpo que habitas y empiezas a contemplar la vida a vista de pájaro. Navegas en una noche sin tiempo a bordo de una alfombra mágica. Asomado al balcón de la transparencia, desfilan ante ti efímeros instantes de felicidad. Existencias que pasan de largo de tu plano consciente, y que quisieras abrazar o tocar pero se escapan como el agua corriente entre tus dedos. Allá en tu paraíso casual, desde tu dimensión prestada, percibes presencias que te inundan. Compartes vivencias en las que en realidad no estás. Pero a quién le importa ahora la realidad. Tú ya hace rato que cruzaste esa frontera. Te emocionas. Tu alma sonríe.

 

Te acomodas en el viento y transitas, arropado por la oscuridad, etéreo. En algún punto muy lejano y profundo de tu ser, temes que se rompa este encantamiento. Ese miedo que reside en la mente consciente muestra siempre sus garras y te ancla a la miseria. Te impide desplegar la grandiosidad de tu ser espiritual. Mientras libras esa batalla, caminas la felicidad de este sueño como quien calcula sus pasos sobre la fina superficie helada de un lago. En este viaje no necesitas pañuelos. No hay lugar para la nostalgia ni para las despedidas. Estás inmerso en un letargo tan profundo como el océano. Suspendido en la oscuridad, te desplazas ajeno al rozamiento, a la culpa y a cualquier ley de la Física. Una alegría inmensa te inunda. Una felicidad innecesaria e injustificada, y por eso plena.

 

De repente estás ante una ventana que abres de par en par para encontrarte de nuevo en ese lugar del que te arrancaron. Del que no querías marcharte. Observas, con la impunidad de un narrador omnisciente, la cotidianidad que tantas veces imaginabas con dolor. El día a día sin ti en la tierra prometida. Sales por ese ventanal y levantas el vuelo para contemplar la misma luz, la gente, las calles, la playa, las casas… La magia de volver a ver solapa la tristeza de no formar parte ya de ese lugar. De saberse solo un visitante invisible y furtivo. Este viaje fugaz es un regalo y los regalos son para disfrutarlos.

 

Envuelto en esa felicidad ingrávida vas regresando a tu realidad corpórea. La noche te lleva en brazos y te acuesta sobre tu propio envase existencial. Con la ternura de quien deja a un niño en su cuna después de haberlo dormido en su regazo. El regreso es tan suave que permaneces sumido en el embrujo. Y quizás cuando te levantes se te haya quedado esa sonrisa y esa cara de tonto de quien es feliz sin poder justificarlo. Pero te da igual, porque tú sabes que has estado allí. Estos sueños no se los lleva la marea del amanecer.