QUE TU CAMINO SEA LARGO

Oscar Presilla

Hace años solía viajar de la misma forma que casi todos los mortales, disfrutaba de mis vacaciones de trabajo gozando de alguna escapada a cualquier lugar del planeta, dos o tres meses como mucho, suficiente tiempo para abrir mis sentidos, relajarme y cargar pilas, pero poco para desconectar de lo que dejaba atrás.
Siempre me han gustado más las personas que los monumentos, el aspecto social de mis destinos, y fuera donde fuera me interesaba relacionarme con la gente local, saber cómo era su vida, lo que les gustaba y lo que no, de qué se preocupaban o qué pensaban del mundo y la vida en general.
Me sometía encantado a las preguntas más frecuentes que se hacen a cualquier turista ocasional, quiénes somos, a dónde vamos y de dónde venimos. Cuestiones comunes de fácil respuesta: me llamo Oscar, soy de Bilbao aunque hace tiempo que vivo en Lanzarote, y bueno, mi siguiente destino será tal sitio.
Pero ahora resulta que llevo ya cinco años disfrutando del mismo viaje, de una especie de nomadeo perpetuo, se me ha olvidado esa eufórica sensación que se siente al comenzar una nueva aventura, al alejarnos de nuestra rutina, porque este viaje se ha convertido sin darme cuenta en una forma de vida y de esta manera es muy difícil responder a determinadas preguntas. Es fácil decir de dónde soy, uno no se olvida de sus raíces a pesar del cambio emocional que está experimentando su nueva vida, pero en cuanto al resto no tengo ni idea, ni de lo que haré, ni hacia dónde me dirijo, ni por cuánto tiempo.
Y tras balbucear un poco y no saber contestar experimento al instante una agradable sensación de plena libertad, de ser el dueño de mi vida y de mí mismo, de no pertenecer a ningún lado o a todos al mismo tiempo, de ver la vida desde otra perspectiva distinta a la que me educaron, de no tener miedo a salir de ese mal llamado círculo de confort, de no ver ningún peligro en cosas que no lo tienen, de vivir el presente y no pensar tanto en el futuro, de amar las cosas pequeñas y simples, y olvidarme de falsas grandezas. Nada es más sencillo que vivir la vida de forma intensa, cuando los minutos se viven y aprovechan como horas, las horas como días, y los días y los meses como años.
Al comenzar mi viaje tomé como una especie de mantra una frase de un poema del gran Konstantin Kavafis que decía algo así como “Cuando empieces tu viaje hacia Itaca ruega que el camino sea largo…”. Lo importante no era el destino, sino el recorrido que elegimos para nuestra vida. Y de un billete de ida a Kathmandu, en Nepal, fue surgiendo poco a poco todo lo demás, sin prisa, dejándome llevar por mis instintos e intuiciones, caminando por montañas del Himalaya o Borneo, por junglas de Tailandia o Laos, por desiertos de la India, o navegando entre islas por el mar de Andaman, el Índico o el de Celebes y China, cruzando estrechos como el de Malasia o Baclabac…
Y ahora escribo este texto relajado, con la piel de gallina recordando de nuevo tantas experiencias vividas, disfrutando minuto a minuto, escuchando a Miles Davis y a esa lluvia tropical que está cayendo en el mar de Sulu, en el archipiélago filipino. Ya sabes, amigo lector, no te preocupes demasiado por tu futuro, deja que el camino sea largo.