HE DESCUBIERTO QUE ME FASCINA EL OCÉANO…

Luis Miguel Coloma


Debe ser el tremendo misterio que atesora. Tal vez el enorme desconocimiento que tenemos acerca de él. Como si su superficie fuera un espejo y todo lo que guardase bajo las olas fuese otro universo. El plancton, que por las noches se vuelve fosforescente, las nebulosas de las constelaciones. Los tiburones, seres fabulosos que surcan las galaxias… La oscura profundidad de sus fondos abisales, infinitos agujeros negros. Por qué se obceca el hombre en explorar el cielo cuando aún no conoce los océanos. Miedo, seguramente, a descubrir que le viene demasiado grande algo que tiene ante sus narices.
Cierro los ojos e imagino unos metros cuadrados de superficie oceánica. Qué más da de dónde. En medio de ningún sitio. A miles de kilómetros de tierra firme. En la nada más absoluta. A unos 5.000 metros hacia abajo, un insospechado fondo de arena o de roca. Quién sabe… Es más, qué más da… El caso es que en esa parcela acotada en mi imaginación tal vez hay miles de criaturas desarrollando su vida cotidiana. Salen cada día a comer evitando ser comidos. Quién dijo que la existencia de los animales fuese fácil y cómoda. O tal vez no. Si queda fuera de las rutas pelágicas, tal vez pase muchas horas, días, meses… completamente deshabitada. Pero está ahí. Siempre estuvo ahí… Imprescindible, como cada ladrillo que forma una pared. Las olas mecen o sacuden la superficie, dependiendo de si afuera hace una plácida mañana de verano o una aterradora tormenta invernal.
Pienso en las olas y el mantra de su vaivén me relaja, me absorbe, me transporta… Cómo puede algo tan sencillo e invisible por su normalidad resultar a la vez tan sumamente fascinante. Trato de oír más a fondo, de escucharlas. Ojalá pudieran hablar. O mejor, ojalá yo pudiera entenderlas.
El océano es la inmensidad misma. Algo sin límites. Su naturaleza rebasa con creces las fronteras de su significado. Tanto, que hasta da apuro limitarlo nombrándolo. Porque se queda en el tiempo que dura pronunciar su nombre: océano…
Tal vez el silencio sea más justo con su realidad. Porque puede ser igualmente inmenso y profundo. Y porque, como el agua, se puede tocar y sentir. Silencio, profundidad, oscuridad, inmensidad… Todos son sinónimos y partes de él. A veces intento divisarlo desde la orilla. Miro al horizonte conceptual, donde el mar se toca con el cielo, y adivino grandes olas, seguidas de otras aún más grandes que están más lejos, pero no me llega la vista. Aunque mire con un telescopio, tampoco me llegaría. Porque sigue, y sigue, y sigue…
Esa idea de que el fondo del mar bien podría ser otro universo está más allá de que parezcan unirse en la línea del horizonte. Tiene más que ver con las similitudes que comparte con el cielo infinito. Creo que es una galaxia a escala, una metáfora del universo. Y cuando más adquiere esa dimensión es por la noche. Porque si el océano es fascinante de día, más aún lo es cubierto por el negro manto. Ahí ya se me escapa del todo…