EL PROTOCOLO

Txomin Pascual

1 − El protocolo era sencillo y conocido por todos: había que fingir naturalidad y desenvoltura. Todo el mundo lo sabía y todo el mundo lo hacía, de tal suerte que si (váyase a saber por qué) llegaras a sentirte tan cómodo como para mostrar verdadera naturalidad, tenías que fingir que fingías naturalidad; esto también formaba parte del protocolo.
2 − No fingir que fingías naturalidad era una grave ofensa para los que fingían: denotaba soberbia e hipervaloración propia, era considerado como un intento de destacar, de someter, una libertad imperdonable que, si se perdonaba, era tan sólo porque no perdonar iba en contra del protocolo; el protocolo era sabio y justo.
3 − El protocolo velaba por nosotros, estaba ideado por y para nuestra plenitud, nos protegía de nosotros mismos; se podía decir que la tierra seguía girando gracias al protocolo, era una exageración protocolaria. No sentirse pleno era esencialmente antiprotocolario, pero era mucho peor manifestarlo, algo casi inverosímil que amenazaba la estabilidad del sistema.
4 − El protocolo se remontaba a tiempos inmemoriales, en los que no convenía pensar; en realidad siempre había existido. Fue ideado a partir de la obligatoriedad de acatarlo, de modo que era fácil de entender para todos. Pensar en el protocolo era bastante antiprotocolario; en realidad pensar era antiprotocolario, sin embargo se estimaba la inteligencia, o al menos oficialmente.
5 − El protocolo era la cosa más natural del mundo, nadie ponía en duda su autoridad y valía: huelga decir que ponerla en duda no era protocolario. Todo el mundo cumplía el protocolo: incumplirlo era lo más antiprotocolario, pues los que lo cumplían se veían obligados a odiarte, lo cual iba en contra del protocolo.
6 − Todo aquél que incumplía el protocolo era sistemáticamente marginado: sus amigos le daban la espalda, era desheredado por su familia, su esposa empezaba a acostarse con el cartero, los vecinos dejaban de prestarle sal y aceite y le negaban el saludo, sus enemigos empezaban a saludarle, los niños le señalaban por la calle− con el dedo índice− y reían cruelmente, sin piedad. Ser humillado no era antiprotocolario, pero tenía todas las pintas de ser doloroso. Marginar y humillar era antiprotocolario; era más correcto educar o instruir. 
7 − El protocolo no dejaba cabos sueltos; cualquier fallo que se le encontrase tenía que ser necesariamente un error de interpretación, un error humano. Interpretar era antiprotocolario, acatar era más correcto. Los errores no eran antiprotocolarios pero estaban mal vistos.
8 − No existía, en realidad, el susodicho protocolo. No era antiprotocolario hablar del protocolo, pero hablar de cosas que no existen era un agudo síntoma de enajenación mental. Según los enajenados, el protocolo sostenía que enajenado es aquella persona inconsciente de la consecuencia de sus actos. Hablar del protocolo siendo consciente de que ello conllevaba a ser tildado de enajenado te eximía de la definición de enajenado de los enajenados, pero era antiprotocolario. El desconocimiento o la negación de unas normas imperantes que ciertamente no existían no te eximía de la culpabilidad de incumplir el protocolo.
9 − Conceptos como paz y armonía eran redundantes e indecorosos por carecer de antónimos a un nivel práctico y real; el dolor no era antiprotocolario, pero era absurdo: ¿quién en su sano juicio habría de encontrar motivo alguno para la desdicha? La infelicidad, que en realidad no existía, era un síntoma de enajenación, pero no era antiprotocolaria si el sujeto era consciente y reconocía su locura.
10 − Virtud e inteligencia no eran antiprotocolarias, pero eran poco frecuentes. No había instrucciones precisas al respecto de la moral y la ética: el bien y el mal eran susceptibles de interpretaciones personales, que para algo las personas eran libres. La justicia, en consecuencia, estaba sujeta a intereses y parcialidades individuales, conformando un complejo compendio de leyes intrínsecas sutiles que se contradecían allí donde lo que a uno le convenía al otro no: esto también formaba parte del protocolo; el protocolo se respiraba por todos los poros. Cumplir el protocolo no exigía bondad, pero violarlo era señal inequívoca de maldad y vileza. 
11 − Mostrar los sentimientos era de mal gusto; ocultar, empero, era antiprotocolario. Amor, por ser antónimo de odio, que era antiprotocolario, era, no ya una virtud, sino algo ostensible, evidente, que se movía por doquier; el protocolo todo estaba lleno de amor. 
12 − El aspecto teológico se constreñía al concepto de que el ser humano, al estar hecho a imagen y semejanza de Dios, poseía potestad divina, lo que quería decir que, en rigor, el protocolo era obra de Dios.
0 − El protocolo se retroalimentaba con el protocolo: así había sido siempre, así seguiría siendo, así tenía que ser. El planeta seguía girando...