El hombre sin sombra

Rosa Elena Brito

Hubo un tiempo en el que anduvo tan rápido, pero tan tan rápido, que ni su propia sombra pudo seguirle.
Y para evitar sentirlo, para evitar sentir el miedo del que huía, mientras corría, buscó la compañía de los pájaros que se cruzaban en su camino y comenzó a seguir a algunos, convirtiendo el camino de estos, en el suyo. No importaba la dirección, porque lo importante era lo que pretendía dejar atrás. Pero el pájaro llegó a su árbol y se posó; aquel cuerpo sin sombra se quedó entonces mirando al sol, queriendo ser luz, luz que haría crecer al árbol que tenía a su lado, luz que se derramara sobre su cuerpo y le devolviera al mundo visible, tal vez; pero aquel sol también se puso. Disfrutó entonces del silencio y del negro de la noche hasta que volvió la luz… del otro día y con él, del canto del pájaro. Quiso ser esta vez sonido, para tener algo que decir, pero el sonido ya tenía significado en sí mismo y pensó, pensó en seguir al silencio entonces… o ser el silencio del árbol en la noche, le gustaba aquel árbol. Pero claro, el silencio; el silencio casi tenía más alcance y peso que el propio sonido y así fue de contundente. Lo intentó con el blanco y con el negro… lo intentó con el color, pero los colores, también eran luz…
Y así, siguiendo a los pájaros y pretendiendo ser luz, sonido, silencio, blanco y negro... oscuridad, pretendiendo ser y siguiendo a las cosas que ni seguían ni eran, siguiendo a otras sombras, que también seguían a sus propios pájaros, nubes y sueños…los días se iban haciendo cada vez más cortos, las noches largas y frías, hasta que el pájaro emigró. Se quedó entonces bajo un árbol sin hojas, casi hasta sin sombra también, otro invierno… otro pájaro… otro árbol… otro día… Cada pájaro su ruta, cada árbol su estación, cada estación su luz y su oscuridad, y el vacío rebotaba cada vez más en la concavidad de su cuerpo hueco, más grave y rotundo cada vez.
Debió ser el agotamiento, debió ser lo que sucede cuando uno intenta seguir a los pájaros, a las nubes… seguir a todo lo que no es uno. Debió ser el agotamiento que produce buscar siempre fuera para llenar dentro o, mejor, para no mirar, por temor a no encontrar o a encontrar lo que no se quiere ver. Y se enfrentó a reconocer en sí mismo la clásica huida cobarde y el enorme vacío que esta deja. El hombre sin sombra se dio cuenta de que estaba solo. Estaba solo, sin sombra y con un vacío inmenso que había crecido precisamente mientras estaba intentando evitarlo.
El hombre sin sombra estaba rodeado de pájaros, de árboles, de soles, de luces, pero estaba solo. Solo de sí mismo, sin pensamiento, ni ilusión que empujara su engranaje vital. Su mente estaba en blanco, o en negro. Sin lugar al que salir corriendo o huyendo, y sin ganas de quedarse tampoco. Sin rama sobre la que llorar, sin pasatiempo que le sirviera de excusa para rellenar el tiempo, sin ocupación inventada, ni real, que le sirviera para ir justificando la vida o algún vuelo.
Estaba solo, desnudo ante sí mismo, y se dio cuenta de que nunca se había visto así. En realidad, nunca se había mirado. En realidad, nunca se había atrevido. Miedo.
Así, agotado de vivir hacia el exterior y ausente de sí mismo, descubrió que ya no podía perder más de lo que había perdido. Y fue perdiendo el miedo a mirar, mientras perdía el miedo a perder.
El hombre sin sombra descubrió que, después de todo, el miedo que había intentado dejar atrás, seguía ahí. Era miedo a no ser quien esperaba, pero tampoco sabía bien quién o qué esperaba ser. Miedo a no ser. Y empezó a identificar el miedo. Había miedo. Miedo cuando el hombre se esconde…o cuando grita muy fuerte para esconder lo que la verdad susurra con certidumbre aplastante. Hay miedo cuando no se puede hablar de miedo. Miedo a reconocer que no nos conocemos, miedo a aceptar que la sombra ajena, tiene mucho que ver con nuestra sombra. Hay miedo al miedo. Miedo a no saber a dónde ir, miedo. Miedo a no ser. Miedo a sentir. Miedo a reconocer que tal vez, no hay rumbo, que tal vez, no hay un final ni finalidad, que en realidad, no hay camino correcto o incorrecto.
Y así, perdiendo el miedo, empezó a ver, a ver y a iluminar su propio miedo, a sacarlo ante la luz. Esta vez la luz sí le prestó atención. Esta vez la luz le devolvió su sombra.