Nº 56

Fernando Barbarin

Josefina Martín es una mujer de setenta y siete años que en ocasiones y debido a su pírrica pensión de viudedad, hospeda a viajeros en su casa. Visiblemente irritada, me cuenta un suceso cuanto menos curioso. Su última inquilina, tras dejar caer las maletas en el suelo se dirigió al baño y acto seguido entró a la ducha. Josefina desde su sillón escuchaba el sonido del agua con interés, pasados diez minutos bajó el volumen del televisor y cogiéndose de la muñeca ojeó su reloj, a los veinte minutos Josefina se incorporó, apretó los labios y atravesó el pasillo en dirección al baño. Con la oreja pegada a la puerta podía escuchar el sonido del contador latiéndole en la cartera... a la media hora, ya indignada comenzó a golpear la puerta con los nudillos. Inmediatamente aquella lluvia tropical cesó dando paso al silencio, y como si de un platillo volante se tratara, la inquilina apareció entre la niebla ataviada con su toalla. Mirando al suelo se dirigió con paso ligero a su habitación mientras Josefina le clavaba la mirada en la nuca.
Nuestra querida Kaylee Anderson venía desde EEUU para asistir a la cumbre mundial sobre el cambio climático... Definitivamente nos vamos al guano.
Hoy los seres humanos somos más ratas que humanos. La pobreza cotiza en bolsa mientras el hambre se muere de sed. Ayer, la empatía no traspasó nuestras pantallas y la solidaridad se desangró en cada frontera. Saquearon las conciencias zurciendo con odio sus alforjas; ayer, frente a la barbarie, la cordura se achicó como el corazón de los verdugos, nos conmovieron mas los himnos que las fosas, las joyas que la luna, la piedra que el poema. Los guerreros fueron tan cobardes como su munición infinita; ayer, sus mentiras certeras lograron atravesar nuestra sien sin pena. Yace hoy aquí un futuro sepultado entre escombros, bajo un cielo de zinc la parca camina descalza ahuyentando cuervos mientras busca vida entre nuestros restos...
Hoy cada gota de agua seca una lágrima, cien gotas de sudor por cada trozo de pan, un parto de luto sobre dos manos. En esa oscuridad maldita, donde habitan siluetas de sombra triste, la parca y el olvido se alimentan del hambre.
Para todos ellos, el fin del mundo ya llegó, llegó sin congresos ni conferencias, llegó con la impotente agonía muda del llanto.

Fernando Barbarin