Nº 37

Fernando Barbarin

- Luego te llamo, estoy intentando escribir el editorial de junio -. Se me está echando el tiempo encima y no llego, esta noche espero quedarme solo a ver si entonces...

Llevo vomitando editoriales desde hace ocho años y siempre me ocurre lo mismo: me siento, despejo el escritorio y mediante pequeños soplidos voy desalojando las pelusas que habitan entre las teclas de mi ordenador, confiando en que la limpieza y el orden me inspiren. Espero. Va pasando el tiempo y termino haciendo dibujitos sobre cualquier papel. Quizás en otro momento... probablemente en la ducha.
En estos años he escrito enfadado, triste, eufórico, desnudo, borracho, indignado, abatido, feliz o desesperado. Escribir me cuesta mucho porque no soy escritor. Hoy leo cosas que he escrito y no me gustan, tengo amigos que en algún momento se han reído de lo que escribo, y eso me gusta. Lo cierto es que muchas veces escribiendo, uno es más consciente de lo que piensa. Es la intersección entre las tripas y la palabra, el camino más corto entre creer y sentir. Pero cuando escribes lo que sientes te expones, y mientras la sensibilidad siga confundiéndose con debilidad, muchas obras permanecerán ocultas entre gavetas por no ser juzgadas.
Ahora bien, escribir no siempre sirve de algo, puedes escribir antropófago en el pecho de un caníbal y él continuará devorándote la mano; la daga corta la pluma. El escritor libre escribe lo que piensa, el temeroso piensa antes de escribir y el cobarde, postrando su pluma, escribe tembloroso lo que le dictan.

Las letras también matan, mienten, envenenan, odian y destruyen. Un libro puede abrirte la mente para colarse en tu cabeza y desahuciarla. Veintisiete letras de un abecedario mezcladas por un puño sentencian penas de muerte y seleccionadas por una tierna mano... Cien años de soledad.
Me avergüenza leer poco, leo textos que no comprendo pero me conmueven y sufro por no saborear la poesía tanto como quisiera.
Desconozco cuál será el último editorial; no amo la escritura, ni tan siquiera la necesito, pero peleo y pelearé para que otros tantos escriban.

Vivo la escritura como el arte más complejo, melodía esculpida letra a letra, moldeable pero frágil para mis torpes manos daltónicas.
Escribo para ti, para mí, escribo con faltas de ortografía. Escribo por no golpear, por no incendiar, porque tengo sed.
Cada noventa días amenazo con una maza a las nubes, y si diluvia, salto con rabia sobre cada charco procurando salpicar a quien no ofrece cobijo o huye. Escupo a los que se resguardan y señalan, a los que miran sin ser vistos, a todos aquellos hombres que no habitan entre los hombres. Danzo chapoteando hasta que el sol pierde el equilibrio haciéndome caer sobre la arena. Fatigado, me incorporo, sacudo el polvo entre las solapas de mis letras y me hidrato con la última gota que encuentro sobre la tierra... verás cuando llueva.

Me voy a dormir.