LA TURBIA ORILLA, Sumario: La historia de pequeños seres perdidos en la más oscura marea humana
Es como un ratoncillo moviéndose entre las mesas del bar. Debe tener seis años, siete a lo sumo. Vende libros desplegados en una cesta que cuelga de sus hombros. “¿Books?”, pregunta. Hay un poco de todo. Del montón asoma una edición de bolsillo de Moby Dick y otra de Romeo y Julieta, textos que jamás conocerá porque probablemente nunca sabrá leer. La explotación infantil ha transportado a Melville y a Shakespeare hasta las turbias aguas del delta que forman los ríos Mekong y Sap al abrazarse en la capital de Camboya, Phnom Penh.
Un camarero expulsa con brusquedad a la niña, que sin inmutarse repite su danza en la terraza de al lado. Les pregunta a los turistas por su país de procedencia. “Madrid, un, do, tes, catro, cinca, se…”, les dice a los españoles. “París, un, du, trua…”, responde a los franceses. Otro camarero. Otra vez en la calle. De nuevo los ojos tristes sin luz que se pierden entre las mesas de otro restaurante, un drama que Shakespeare nunca imaginó.
Luces rojas
Dos calles más atrás, en un callejón que sería oscuro como el fondo del Mekong si no fuera por las lámparas rojas que cuelgan de las paredes, asistimos a otra escena. En las mesas se sientan hombres solitarios, mayores, muy mayores, de hasta setenta años. A veces se les ve en grupos de dos, tres o cuatro.
Hay millones en todo el mundo. Son la raíz del árbol corruptor. A su alrededor, convidadas a una bebida, toman asiento también jóvenes camboyanas. La mayor parte de ellas parecen menores de edad. El velo de luz roja no hace sino teñir el ambiente de sospechas. La prostitución de menores es una de las lacras sociales del país asiático.
Carteles en los baños públicos
En los baños públicos, sobre todo en los lugares de interés turístico, las autoridades han colocado carteles que alertan a los hombres sobre la prostitución infantil y animan a dar parte a los agentes de la policía en el caso de que les sean ofrecidos estos servicios o cuando tengan cualquier sospecha.
¿A dónde llevan los libros que no se leen? Unicef y otras organizaciones destacan que la extrema pobreza y la explotación laboral son el caldo de cultivo perfecto para que las niñas acaben siendo víctimas de las mafias de la prostitución en cualquier momento de su vida. Por eso muchas de las niñas que ahora venden libros y recitan de memoria las capitales del mundo pueden terminar sus días de una de las peores maneras imaginables.
Es motivo de debate, por cierto, que la propia Unicef cite la explotación sexual infantil como “una de las peores clases de trabajo infantil”, pues desde varios colectivos se entiende que así se otorga categoría de trabajo a la prostitución. Cada año un millón de menores de edad (niñas en su mayoría, pero también muchos niños) caen en las redes de las mafias de la prostitución, según los cálculos de Unicef.
El baile sobre la mesa
Siem Reap bulle de noche. Esta ciudad es la puerta a los templos de Angkor Wat. Entre el resplandor de una civilización perdida se filtran de nuevo las oscuridades del presente. “¿Drugs? ¿Girls?”. Un camboyano de unos treinta años se acerca a los grupos de extranjeros ofreciendo estos servicios. Unos pasan de largo. Otros se interesan y se pierden con él por las callejuelas, entre sombras todavía más espesas que la propia noche.
Cerca, en un bar para extranjeros, suena una música estridente electrónica, puro chunda chunda. Dos chicas camboyanas con poca ropa bailan sobre una mesa, jaleadas por un grupo de extranjeros donde esta vez se mezclan hombres y mujeres. Las niñas de los libros, las hijas de las que nunca supieron Shakespeare y Homero, también bailan. Es terrible pensar que algún día pueden estar también sobre esa mesa. O en sitios peores.
Una cabaña maltrecha de Siem Reap. Sentadas a lo largo de un banco de madera se exponen a sí mismas chicas de todas las edades. Se pueden hacer apuestas sobre si alcanzan los 18. El dueño del prostíbulo vive con su familia en la casa aledaña.
Estos locales esconden historias mil veces contadas y mil veces repetidas día tras día. Comienzan a trabajar haciendo de chicas para todo. Las mafias les dicen que le envían dinero a su familia y que algo tienen que hacer para cubrir el coste. Es entonces cuando se encienden las luces rojas, llegan las sombras y el Mekong sigue fluyendo como si nada turbio sucediera en sus orillas.