El baile

Francis Pérez fotógrafo submarino y Mario M. Relaño escritor y poeta, fusionan su creatividad en esta sección.


El agua comenzaba a templarse después del invierno y dos machos se preparaban, mirándose al espejo del propio mar, para su gran día. Se sentían bien, sabían que era su momento, y si alguno era el elegido sería para siempre. En la poca profundidad del agua se adivinaba un día hermoso, con mucho sol y mar en calma, pero ellos no acostumbraban a mirar hacia arriba, más bien al contrario, atisbaban siempre hacia el fondo donde encontraban a sus pequeñas presas que devoraban, a pesar de aparentar ser dulces criaturas. Al fin y al cabo, era la propia naturaleza y ellos debían de comer para sobrevivir.
Después de divisar a la hembra que se acercaba a lo lejos, ambos salieron de entre unos corales que les protegían y se dispusieron a realizar su baile ceremonial. Entendían que ella solo elegiría a uno pero el gran reto que tenían por delante era dejar al otro desbancado y quedarse con aquella preciosa criatura que cada vez estaba más cerca de ellos y que ya les miraba, pareciendo sonreír y entender lo que pasaría a continuación.
Comenzó el baile. El espacio era demasiado grande y quizás la música solo la escuchaban ellos o tal vez quienes les observaban la interpretaban para ellos en aquel momento. El más grande de ellos bailó más graciosamente alrededor de la hembra y su cola la rozaba constantemente en cada giro. Ambos simulaban el movimiento de un tiovivo, un carrusel de música y color, con la subida de uno mientras el otro comenzaba la bajada. Parecía que llevaran tiempo preparando este momento. Enseguida ella se decantó por uno de ellos, que la miraba sin parar y parecía que dirigía la danza, mientras que el otro inició su retirada deportivamente.
Por fin solos y como único público el resto del mar, la pareja giraba y giraba entre sí, subiendo y bajando, rozándose constantemente, moviendo la cola y la cabeza al ritmo que el agua les imponía, con una sincronización sorprendente, hasta el punto que parecía un baile coreografiado por un maestro de ceremonias. Toques discretos de hocicos hacían que la hembra estirara su cola, mientras él parecía que le susurraba al oído. Ella, bailando, también le hablaba con su cuerpo. Mientras la observaba girar sobre sí misma, él entretanto parecía que flotaba disfrutando de semejante espectáculo.
Después de una serie de contoneos, la pareja de caballitos de mar entrelazó sus colas y, tras periodos de pausa, él recogió los huevos que incubaría.
Ella fue su pareja de por vida y en cada apareamiento, con la complicidad del mar, realizarían su baile de amor.