CUANDO DE ANIMALES SE TRATA...

No siempre me resultó fácil enfrentarme al momento en que llegaba la noche. Y es que el dormir lo relacionaba con aterradoras pesadillas.
Para mí dormir era sinónimo de soñar, y soñar era sinónimo de zozobra.
Una de las pesadillas que se repetía con más frecuencia era la visión de grandes animales que habitaban en los fondos marinos y que constantemente interrumpían mi baño.
Cada vez que nadaba tranquilamente, algún horrendo animal hacía aparición mostrando su gigantesca dentadura. Mi nadar se precipitaba hacia la orilla pero el avance era nulo o demasiado lento, o al menos así me lo parecía, pues el tremendo animal se acercaba con exorbitante velocidad mostrando aún más grande si cabe su desmesurada dentadura.
Dudé antes de dar una respuesta afirmativa cuando me propusieron como destino atender a un poblado cercano al lago Bangweulu, en Zambia. A pesar de que África había formado parte de numerosas expediciones para diferentes asistencias médicas, en esta ocasión mi situación personal no era la más idónea. Consultándolo con diferentes colegas, llegamos a la conclusión de que este viaje sería mi mejor medicina.
El lago Bangweulu se encontraba en una hermosa zona del norte del país africano y en su entorno parecía que se unía el agua con el cielo.
El trabajo en la ciudad de Samfya me absorbía la casi totalidad de mi tiempo, pues este virus rebelde estaba cercando y de qué manera a los habitantes de la zona. Cierto es que, de tan ocupado que me encontraba, cualquier problema personal que hubiese volado conmigo a esta zona del África sur se había esfumado.
Aquel iba a ser mi último día en Samfya después de dos meses de agobiante trabajo. El relevo desde otros tres países europeos estaba a punto de llegar y para nuestro equipo era el momento de regresar a casa. Mi colega Rainford Kabala y yo decidimos tomarnos la tarde libre y acompañar a unos parientes suyos a pescar en el lago Bangweulu. Después de dos horas de poca pesca pero de muy grata compañía y cuando habíamos decidido regresar, una pareja de imponentes cocodrilos hicieron aparición a muy poca distancia de la barca en la que estábamos. El primo de Rainford fue el primero en dar la voz de alarma. Yo, sudando y paralizado, no podía dejar de mirar a esos enormes reptiles que entre sonrisa y desgana, mantenían su gigantesca boca abierta mientras nadaban hacia nosotros. No hablé. No escuché. No sé siquiera si alguien dijo algo. Sólo me di cuenta que todo había terminado cuando sentí el brazo de Rainford por encima de mis hombros y sus palabras en inglés llegaron a mis oídos diciendo: "todo ha pasado ya, amigo".

 

FOTO: FRANCIS PÉREZ www.uwatercolors.com
TEXTO: MARIO M. RELAÑO http://hisaetuvalu.wix.com/mariomrelano