CALEUCHE

Francis Pérez fotógrafo submarino y Mario M. Relaño escritor y poeta, fusionan su creatividad en esta sección.

Apareció en aquella atípica travesía por los mares del sur de Chile. Nunca antes había oído hablar de él y no fue hasta que llegué a destino cuando los lugareños de aquel pueblito de mar de las islas Chiloé me contaron las historias de tantos y tantos marineros que ya se lo habían encontrado. Unos me decían que eran leyendas. A otros se les quedaba la cara blanca si les preguntaba.

Era un mar en calma el de aquella noche. Apenas se oía el ligero roce de nuestro barco con el mar cuando entre la neblina se vislumbró lo que parecía un buque en la lejanía. A su alrededor, un tenue halo de luz amarilla y una maravillosa música como si proviniera de cubierta y la tripulación estuviera en una fiesta.

Cuanto más nos acercábamos al buque vecino, más daba la impresión de que estaba parado y vacío. Incluso abandonado. Sus velas parecían jirones de tan rasgadas que estaban y al casco le faltaba una buena mano de pintura. A pesar de la música, no se intuía movimiento en cubierta.

Apenas un parpadeo después, el barco había desaparecido de mi vista. Por el contrario, en su lugar, un madero flotaba y era rodeado por decenas de delfines que saltaban juntos.

Yo era el único que estaba en cubierta aquella noche y nadie pudo contemplar aquel barco. Yo solo fui testigo de la aparición y desaparición de aquella extraña nave. Pero al momento, un revuelo en los camarotes me indicaba que algo ocurría. Y vaya si ocurría. Dos hombres habían muerto sin causas aparentes, me contaron.

El día amaneció tal cual se fue la noche, rodeado de misterio y silencio. Nuestro barco continuó la travesía con el mismo mar en calma pero con el silencio acongojado de todos nosotros. Sólo yo intuía que esas muertes tenían relación con el barco que desapareció. O así al menos lo creía.

Fue ya en tierra, días después del arribo, cuando al fin un isleño me narró las historias que se escuchaban en la isla. Para unos mito, para otros realidad, el Caleuche, contaban, era un barco fantasma que aparecía entre la niebla. Con o sin tripulación, decían que morías si lo mirabas fijamente. También que era el salvador de náufragos pero que estos se convertían en marinos del Caleuche de por vida. El barco desaparecía a su antojo y podrían pasar siglos sin que nadie de él supiera.

Tiempo pasado dudé de lo que aquella noche vi. Es tan irreal la historia que quizás sea todo una leyenda. Pero tengo la certeza de que en aquel momento yo no dormía. Y dos hombres murieron al mismo tiempo, a pesar de que se certificó su muerte como natural.