Vasos Comunicantes

Luis Miguel Coloma

 

Recuerdo que cuando era niño soñaba más. Y también que soñaba mejor. En cualquier momento me quedaba abstraído. Suspendido en una dimensión paralela de la realidad. En un plano ajeno al tiempo y al espacio. Ante la gente quedaba un molde de mí. Estático. Con la mirada perdida. Ausente. En más de una ocasión, recuerdo haber sido arrastrado de uno de estos paréntesis a la brusca realidad por unas palmadas o un zarandeo. Debe ser que aquella capacidad inconsciente molestaba. Que no resultaba normal.

Busco en mí mismo esta supuesta habilidad perdida y no la encuentro. Me pregunto si la perdí al adaptarme a la uniformidad social. Si es un proceso intrínseco al crecimiento personal, que poco a poco vayamos teniendo más recuerdos que sueños. Me horroriza pensar que un día lejano, ya muy mayor, no pueda soñar.

Imagino la existencia como un sistema de vasos comunicantes en el que unas capacidades bajan o suben a costa de otras. Renunciamos a algunas de forma consciente y otras las perdemos sin darnos cuenta, o bien, simplemente se van deteriorando por falta de uso. Enormes tubos dispuestos como en la cristalización del cuarzo. Transparentes, precisos. Llenos de fluidos de diferentes tonos que pasan de uno a otro, haciendo subir o bajar el nivel. Ilusión, fuerza, consciencia, tesón, madurez, racionalidad, abstracción, recuerdos, creatividad…, sueños. Son muchos los recipientes. A lo largo de la vida vamos añadiendo nuevos y, tal vez, desconectando otros.

Con el tiempo, aprendí a soñar más despacio. La cantidad fue perdiendo relevancia en mi existencia y la calidad ocupó ese espacio de mi inconsciente con la cadencia paciente que tienen las sustancias densas. Una inundación amable que poco a poco moldea mi ser y me permite disfrutar del silencio y de una contemplación ausente de culpa. Sin que sienta que esté perdiendo el tiempo, porque este transcurre ahora más lentamente. No requiero de sensaciones fuertes para sentirme vivo. He encontrado vida en la admiración de la belleza. En la observación consciente del tránsito. He podido comprobar que cuando los segundos pasan despacio, te permiten ver la riqueza de los detalles, escuchar la vibración de los colores y sentir la textura del viento.

Ahora recuerdo más que sueño. Trato de rescatar en las escenas que me brinda la memoria, esa frescura infantil de la abstracción que me permitía huir de la umbría realidad pero, por el momento, solo encuentro eso. Recuerdos. Huellas de sensaciones. Sombras de sentimientos. Dejo volar mi mente, pero siento que cae como un pájaro que se olvidó de volar. Todo lo que alcanzo a ver está grabado. Hasta mis más vagos pensamientos tienen interferencias. Se escucha en ellos el inconfundible hormigueo de los discos de vinilo y cuando parece que han despegado, se precipitan al vacío. Y así una y otra vez.

Temo que en esta tendencia al sepia acaso se han secado y resquebrajado mis raíces. Necesito volver a sentir el suelo. La energía que sube desde el centro de la Tierra y me sujeta firmemente los tobillos para que el viento no me lleve y me arrastre dando tumbos como una aulaga por la llanura polvorienta e infinita del tiempo.